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Cielo con arcoiris

“El indi” marzo de 2014

Ilustración. Portada Indiloka Vol. 6

      ----   Presentacion   -

 

 

De dónde surge, por qué y qué quiere decir el indi con su teoría filosófica de la condición indigente del ser humano cuando mira más allá de los valores y los sentidos de la vidad que cada uno tenga y coloca en una rueda interminable de las necesidades al hombre moderno, para desarrollar el concepto de “indigen-

te de la cuna a la tumba”, en un intento por comprender si es posible o no liberarnos un poco de la automática manera de ser, de vivir, de pensar, de sentir, de reconocer- nos en relación con constantes necesidades (materiales, psicológi- cas, políticas, afectivas, religio- sas) para conseguir el tan cuestio- nable estado de felicidad que tanto nos mueve a hacer cosas y cuya búsqueda finaliza junto con la existencia sin haber hallado tal deseado estado de completud prolon- gado al que llamamos felicidad.

 

Espacio, tiempo, vida, ser, estar, el sentido de la vida aprenhendido por el valor de lo pragmático, de la sociedad, el valor profundo, huma- nista, religioso, cosmológico, y nuestra particular e individual modalidad de indigencia nunca se detiene, en un estilo de vida en el que “el indigente que nos habita” en cada uno de nosotros nos coarta y exige prioridad de actuar de una

manera y no de otra al momento de elegir e incluso justifica la necesidad de tomar decisiones. ¿Pero es siempre esa necesidad tan necesaria, si alguna vez podemos reconocer esa indigencia motora? Es decir, ¿cuál es la necesidad que me hace pensar que si hago esto voy a estar bien o mejor? Si se logra modificar la acción mediante la consciencia lúcida de algunas de nuestras deciciones antepo- niendo valores profundos y no sólo los valores pragmáticos en nuestra vida, liberaríamos bastante la reacción indi- gente idividual, colectiva y funcional.

 

El sentimiento de la época intenta re- presentrar una visión que rúne conceptos y premisias filosóficas para pasar a exponer lo que el indi llama su Filosofía Indi, en el sexto volumen de Indiloka.

 

Así también ofrece a sus lectores como de costumbre una merecida dosis de narrativa, ahora sobre la libertad de expresión en un ridículo universo de ciencia ficción, un poema, un verso poético y una micro ficción sobre la intolerancia a los aromas.

 

Con el humor de siempre, con la crítica y la evidenciación no digerida, con la lectura entre líneas siempre subycente en su estilo para enriquecer la produc- ción de significados, en esta entrega el indi muestra mucha actividad política y filosófica a través de una heurística artística literaria y editorial que sólo puedes adquirir en la calle.

 

                             Abecedario privado                              

 

Las historias comienzan siempre con frases como: érase una vez, un día, en un lugar, en la época de. No es el asunto hablar del día y del lugar, de la vez o de un momento, si no, de hechos siniestros, de hechos que secuestraron la libertad, si tenemos conocimiento e idea de lo que significa libertad de expresión en cualquier sentido en el que esta pueda ser y manifestarse. No como siempre, esta historia va a comenzar así: desde que las cosas son como son existen solo veintiséis personas libres en el mundo.

 

El número es una cantidad, una cantidad de libertades, cada número es un alcance en sí mismo, y corresponde a una vía privada de intervenir sobre el resto de los hombres a través del sonido, del abecedario, ya no del lenguaje, la lingüística como herramienta natural se dejó de estimular a través del habla, sólo mediante la lectura, y cada uno de los veintiséis aprendió una forma de combinatoria entre ritmo (silencio y duración del sonido) mímica y entonación para crear sus propios metalenguajes que el resto del mundo se dió a la tarea inevitable de tener que interpretar, fuera por el hecho de poder oír una voz o por interés político, pero el hecho es que ahí iban todos a escuchar a unos primates tartamudos inten- tando decir cómo continuaría y sería lo mismo que ayer mañana.

 

Ser uno de los veintiséis era un arma, y querer tener poder es siempre querer ejercer un poder total sobre la emancipación de las necesidades, de los deseos y de los hechos más sutiles, mundanos, públicos y humanos en cualquier sociedad, en cualquier tiempo bajo cualquier régimen, pero desde que las cosas son como son, hay personas que arriesgarían su vida por poder ser escuchadas, por conocer el sonido de su propia voz, la voz de la gente es una cabeza sin rostro, un cuerpo inacabado en el contacto con el mundo en el que está censurado para siempre, sin voz.

 

Entre esas veintiséis personas libres había por supuesto un mudo. Alguien era el dueño y único legalmente libre de usar la letra H, qué mala inversión patentar la letra H, es lo mismo ser H que ser el vacío sonoro. Desde el comienzo de la nueva repartición del poder de emitir sonidos, lo cual no era derecho a hablar, ni se parecía al derecho que podían adquirir algunos servidores del gobierno de altos rangos de apagar el ¿televisor? en algún momento sin autorización de un supe- rior, H se sintió cada vez más desterrado de los veintiséis por lo cual él daba a entender que en realidad eran 24 y medio porque la Ñ a la cual hacía referencia como un gangoso (todo el mundo reía a carcajadas en silencio cuando Ñ “hablaba”, tapándose la boca o apretándose la garganta, muchos solían llevar consigo a todas partes una cubeta de agua para no emitir sonido alguno puesto que las multas eran horas de trabajo en las fábricas de las vocales, zambullendo la cabeza dentro del agua para descargar el sonido dentro, las piscinas son peligrosas, alguien puede escuchar) no era un sonido expresivo como la T o la P y él, H, se identificaba totalmente con el resto del pueblo sin letras.

 

Todos buscaban la eliminación de las patentes, nadie puede ejercer el dominio y control de pronunciar la letra que ha patentado como quien patenta una semilla, el agua, la tierra, el calor, o una cosa como la sombra, eso lo entendían todos sin problemas, eso era parte de un orden de cosas que debía permanecer intacto, sagrado y venerado, pero el anatema de no poder hablar y ser castigado por emitir un sonido según la cantidad de letras que hubiera en el sonido era el comienzo de la violencia. Primero se pagaban multas económicas hasta que si se acumulaban más de una multa por letra en un día se pagaban horas de trabajo en las fábricas de las vocales, pero sin hablar.

 

Los sordo mudos se convirtieron en los grandes maestros y dejaron en papeles impresos una basta combinación para la alfabetización del habla muda mediante la mímica y los mimos así como los payasos y todo escenario donde la representación provocara el humor, la risa o la polémica increpante o una indignación que exacerbara el fanatismo o la implicancia directa con un tipo de injusticia, fueron prohibidos por el propio pueblo, por todo el mundo, nadie quería ser provocado a sonar, a emitir un mínimo y simple “eh” de alegría (dos letras), “ay” de dolor, “uh” (dos letras) de tristeza o “ah” (dos letras) de coraje, “i” de ya se jodió, “uah” de admiración (tres letras); la h costaba cara aunque no sonaba, nada de onomatopeyas, consonantes ni vocales.

 

Alguien propuso volver a usar la clave morse pero se le adelantó uno más vivo que patentó el derecho de percutir y ni una máquina de sonar podía escribir, perdón, correctamente sería decir que ninguna máquina de escribir podía sonar, ni escribir, el aplauso no podía ser motivo de comunicación ni expresar alegría porque entonces se castigaba como una palabra según la presunta algarabía del aplaudiente como “bravo”, “bravísimo” o hasta frases de estímulo y apoyo moral; el aplauso fue vetado, así como la LL y la CH, incluso había veces que multaban a la Y por, ser presuntamente culpable de sonar más como LL que como Y.

 

Un día los veintiséis se cansaron de que la R pudiera decir RR y se quejaron ante el consejo mundial de tartamudos oficia- les que regulaba la emisión de sonidos legales y entonces la K harta, entre el tumulto en una atmósfera de chasquidos de lengua y taconazos, subió la escalinata, alzó los brazos, silenció la masa y dijo con una claridad inmejorable, mientras caminaba de un lado a otro en lo alto de la escalinata, sobre la explanada del palacio del consejo con las manos tras la cintura: KKKKKKKKKKKKKKKKKK k kkKkKkKkKKKKKKKkKKkkkkkkkkKKKkkkkkkKkkkkk kkkk kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk k k k, o lo que sería lo mismo en otras palabras: si la R puede decir RR y R sin más razones válidas que porque es una variante de un mismo sonido, pues se está haciendo evidente que vivimos bajo un sistema un poco opresor en cierto sentido, pero díganme, qué harían si su sucio consejo no contara con esos asesinos que buscan a través del ejercicio y aplicación de los castigos llegar a heredar la letra de alguno de los veintiséis después de su muerte, si no hubiera ningún cómplice suyo, si nadie hiciera su trabajo sucio, si no hubiera tanta gente hundida en la mentira ciega de tener que hacerlo para mantener a los tiranos, la tiranía, qué harían, pero nacerán hijos del hombre nuevo; tiranos, temblad, dijo K. Casi nadie entendió literalmente el discurso mono fónico de K pero la indignación daba el aval de que eso dijo o al menos que debería haber dicho eso. Algún rebelde escribió las paredes blancas del palacio con las moras maduras que todos los niños recogían y comían de los árboles alrededor del busto escultórico de una enfermera con el índice derecho vertical apretado contra los labios en solicitud de guardar silencio; la idea de manifestarse surgió en el momento, al ver que podía intervenir sin llamar la atención de nadie al escabullirse entre los niños y el muro se convirtió en aquella pared del edificio de la escuela de la infancia de cualquier niño con abundantes moras disponibles en el jardín durante el recreo; y se leía: ¿cómo puede sonar la voz de una conciencia que no conoce el sonido de su propia voz?.

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